[Parte 1]
Glosario
Cultura
CON MIS PROPIAS PALABRAS
La Cultura es la base de la vida social.
Para Joan-Carles Mèlich (en Skliar y Larrosa, 2009), la cultura es un componente esencial en la construcción de la identidad y de la vida humana, un espacio en continua transformación y posibilidad de mejora, reflejo de un mundo siempre en proceso de cambio.
Geertz (2020) define la cultura desde una perspectiva semiótica, como un sistema público de significados simbólicos interconectados que requiere una interpretación profunda. Para él, la antropología es una ciencia interpretativa cuyo propósito es desentrañar el entramado de significados que configuran las prácticas culturales.
Citas bibliográficas
“En una palabra: no hay «identidad» con independencia del contexto, de la relación, de la tradición, de la cultura.”
(en Skliar y Larrosa, 2009).
“El mundo humano, la cultura, puede ser buena o mala, pero siempre puede ser mejor de lo que es. Este sería, por otro lado, el inicio de la vida ética: el anhelo de un mundo mejor”
(en Skliar y Larrosa, 2009).
“La cultura – ha escrito Ztgmunt Bauman- se refiere tanto a la invención como a la preservación, a la discontinuidad como a la continuidad, a la novedad como a la tradición, a la rutina como a la ruptura de modelos, al seguimiento de las normas como a su superación, a lo único como lo corriente, al cambio como a la monotonía de la reproducción, a lo inesperado como a lo predecible”
(Bauman, 2002:22).
“El concepto de cultura que propugno y cuya utilidad procuran demostrar los ensayos que siguen es esencialmente un concepto semiótico. Creyendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura ha de ser por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones. Lo que busco es la explicación, interpretando expresiones sociales que son enigmáticas en su superficie. Pero semejante pronunciamiento, que contiene toda una doctrina en una cláusula, exige en sí mismo alguna explicación.”
(Geertz, 2020).
“La cultura, ese documento activo, es pues pública, lo mismo que un guiño burlesco o una correría para apoderarse de ovejas. Aunque contiene ideas, la cultura no existe en la cabeza de alguien; aunque no es física, no es una entidad oculta”
(Geertz, 2020).
Reel de Canal Encuentro – Significados simbólicos interconectados
Mafalda y la palabra precisa
Educación
CON MIS PROPIAS PALABRAS
La educación es, ante todo, un derecho humano según el artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y, de acuerdo con la Ley N° 26.206 de Educación Nacional, el Estado argentino tiene la responsabilidad de garantizar su acceso.
Para Joan-Carles Mèlich (en Skliar y Larrosa, 2009), la educación, al igual que la vida humana en general, consiste en mantener vivo el deseo de transformación y posibilidad frente a las condiciones heredadas y los límites de nuestra propia existencia finita.
Larrosa, por su parte, afirma que la educación es la “construcción y la re-construcción de historias personales y sociales” (2008, p.12).
La UNESCO (2021) define la educación como la forma de estructurar la enseñanza y el aprendizaje a lo largo de la vida.
Citas bibliográficas
“En esto consistiría, a grandes rasgos, la vida humana, una inacabable tensión -una búsqueda de sentido-, entre «lo que me encuentro», las situaciones, y «lo que imagino, los deseos. Y en eso consiste también la educación, en mantener viva -frente a la situación heredada-, la transformación inacabable”
(en Skliar y Larrosa, 2009).
Tenemos derechos – Derecho a la educación – Pakapaka / Unicef Argentina
Ilustración hecha por @pilardibujito para la primera marcha universitaria de 2024
Chacarera de el Olvidau, de Mercedes Sosa. Símbolo de lucha.
Pedagogía
CON MIS PROPIAS PALABRAS
La pedagogía es una de las disciplinas que forma parte del campo de la educación y se enfoca en los procesos de enseñanza-aprendizaje, así como en los diversos modos de educar. Esta disciplina puede ser abordada desde diferentes paradigmas, lo que permite una amplia variedad de enfoques teóricos y prácticos. La pedagogía sistematiza el proceso educativo entre la educación y la cultura.
Para Joan-Carles Mèlich (en Skliar y Larrosa, 2009) la razón de ser de la pedagogía es ocuparse del sentido de la vida. El autor comprende a la pedagogía como un espacio para aprender a habitar y a manejar las ‘presencias’ y ‘ausencias’ que atraviesan nuestro pasado, presente y futuro.
Citas bibliográficas
“En conclusión: una antropología narrativa no se pregunta tanto por el ser que somos (la «esencia», la «substancia», la «identidad»), cuanto por qué somos lo que somos o cómo hemos llegado a ser lo que somos («proceso de identificación») y, sobre todo, cómo podemos convertirnos en otros, cómo podemos llegar a ser otros y cómo tenemos que orientar nuestras vidas (qué «sentido» darles). La cuestión que planteo es, pues, netamente pedagógica. ¿Acaso tendría razón de ser una pedagogía que no se ocupara del sentido de la vida? ¿Acaso hay otra cuestión pedagógicamente más relevante?”
(en Skliar y Larrosa, 2009).
Fotografía de un grupo de estudiantes de la Escuela Secundaria Nº47, Pte Dr. Ramón Carrillo de San Fernando del Valle de Catamarca, realizando una actividad radial. La imagen forma parte del libro Presente, retratos de la educación pública.
Futuro
CON MIS PROPIAS PALABRAS
El futuro es una posibilidad abierta. Hablamos de futuros en plural porque existen múltiples caminos posibles que pueden derivarse del presente. El futuro no es un destino único, sino lo que emerge de las decisiones y acontecimientos que aún están por venir.
En este capítulo de Sherpas, los miembros del equipo que realizan el podcast, debaten sobre grandes problemáticas de la actualidad y piensan, proyectan e imaginan futuros posibles.
Bibliografía:
- Bauman, Z (2002). La cultura como praxis. Paidós. Barcelona.
- Geertz, C. (2000): Descripción densa: hacia una teoría interpretativa de la cultura. En: La interpretación de las culturas. Barcelona, GEDISA.
- Larrosa, J. (2008): Déjame que te cuente: ensayos sobre narrativa y educación. Buenos Aires, Laertes.
- Skliar, C. y Larrosa, J. (comp.) (2009): Experiencia y alteridad en educación. Rosario. Homo Sapiens ediciones.
- UNESCO: Reimaginar juntos nuestros futuros. Un nuevo contrato social para la educación. Informe de la Comisión Internacional sobre los futuros de la Educación, UNESCO, 2021.
[Parte 2]
Tramas entre Pedagogía y Cultura en mi historia educativa.
En este texto me propongo narrar mi historia, entrecruzada y afectada por distintas políticas públicas educativas (y alguna que otra no educativa). Contaré mi vida con el foco puesto en el campo educativo, pedagógico y cultural, y en cómo ciertas decisiones del Estado fueron moldeando en parte mi identidad.
Nací y crecí en La Tablada, La Matanza, el distrito más poblado de la Provincia de Buenos Aires. Cuando era chico, solía decir que vivía en Lomas del Mirador, la localidad vecina, porque era (un poco) menos peligrosa que mi verdadera localidad. Mi familia materna nació en el mismo barrio, en la misma casa en la que yo crecí, y que todavía continúa habitando. Mi barrio era (y sigue siendo, pero ahora más oscuro) un barrio fabril, gris, con pocos árboles. Varios barrios populares rodeaban la casa de mi infancia y adolescencia, y también la inseguridad.. Hoy ya no asocio esa inseguridad a los barrios populares, sino a una época en Argentina en la que la mayoría de las oportunidades eran para unos pocos: los noventa.
Cursé el nivel inicial y la primaria en el Instituto Parroquial Nuestra Señora de Fátima, un colegio privado y católico ubicado a 25 cuadras de mi casa. Yo era uno de los estudiantes que vivía más lejos del colegio. Junto a mis primos, y luego a mi hermana, ocho años menor, pasamos toda nuestra infancia en esa institución. El micro escolar nos pasaba a buscar una hora antes del inicio de clases; éramos los primeros en ser recogidos. Mi mamá y mi tía habían decidido enviarnos a aquel colegio porque tenía “un mejor ambiente” que las escuelas cercanas a nuestra casa, y además resultaba una de las opciones económicamente más accesibles. La escuela pública era una realidad poco cercana para la clase media (¿media-baja?) de esa parte del conurbano. Mi familia se sentía muy alejada de las clases populares que asistían a esas escuelas. Muchos años después descubrí que en realidad estábamos mucho más cerca de lo que creíamos. Es más: nosotros también éramos parte de esas clases populares.
Crecimos entonces rodeados de vírgenes y santos, en particular de la Virgen de Fátima y de los tres pastores patronos del colegio. El bien y el mal era, más o menos, lo que los catequistas nos contaban una vez por semana. Mi primaria estuvo atravesada por la idiosincrasia de los años 90 en Argentina. La globalización y la política espectáculo del menemismo se manifestaban en situaciones cotidianas del aula. Mientras mi papá, en los suburbios del conurbano bonaerense, perdió su empleo en reiteradas veces durante esos años, algunos compañeros disfrutaban de viajes a Disney, beneficiados por el espejismo del “1 a 1”. Sin embargo, incluso en esa fragilidad económica, los productos importados y accesibles poblaban mi mochila: recuerdo especialmente los sacapuntas con formas curiosas que coleccionaba, como un avión o un teléfono inalámbrico, cuya antena era un lápiz. Aquella fascinación por los diseños todavía no la comprendía del todo, pero marcó el inicio de un interés que aún persiste.
A pesar de las dificultades económicas, en casa fuimos de las primeras familias de nuestro entorno en contar con una computadora de escritorio, gracias al interés de mi mamá por la tecnología. Mientras tanto, en el colegio se inauguró un laboratorio de computación donde aprendíamos, de forma rudimentaria, a usar Word y a identificar las partes del hardware de una PC. Sin embargo, gran parte de esa hora escolar la dedicábamos a jugar con los primeros videojuegos preinstalados en Windows 95 y poco tiempo a profundizar sobre una tecnología que modificaría la forma de relacionarnos y nuestras futuras vidas laborales.
En paralelo con las “relaciones carnales” que nuestro país cultivaba con los Estados Unidos, y los cambios impulsados por la nueva ley de educación del gobierno de turno (Ley Federal de Educación, 24.195), la materia “Inglés” se incorporó al currículo escolar, aproximadamente a mitad de mi primaria. Recuerdo a nuestra docente insistir en la importancia de aprender el idioma nativo de Estados Unidos como una herramienta clave para integrarnos al “nuevo mundo” que estaba en formación.
Simultáneamente, mi infancia y la de mis primos, como la de muchos niños criados en los 90s, transcurría frente al televisor. La globalización, de la que ya hablamos, permitió la llegada del animé a las señales infantiles de la época. Consumíamos a diario series como Pokémon o Dragon Ball, junto con los cientos de productos derivados de estas y otras series: álbumes de figuritas, videojuegos, muñequitos. Los videojuegos eran para Game Boy, pero como no teníamos consola, nos las ingeniábamos para descargarlos de forma pirata y jugarlos en un emulador en la PC. Estos dibujos animados y otras series infantiles fueron acrecentando, poco a poco, mi interés por el dibujo. Hoy en día, sigo siendo un gran consumidor de series de animación y animé. En los talleres de dibujo a los que asistí a lo largo de mi vida, siempre hubo un guiño a esos consumos de la infancia.
La pieza de la izquierda es una reinterpretación de un Pokémon a través del collage, que forma parte de la bitácora de trabajo que desarrollé a lo largo del año 2023 en el taller de ilustración al que asistí. La pieza de la derecha corresponde a un fanzine de mi autoría titulado “Caperupika”, que reinterpreta la historia de Caperucita Roja con Pikachu como protagonista. Este fanzine lo realicé también en el taller de ilustración, pero durante el año 2022.
En 1996, cuando tenía seis años, durante la presidencia de Carlos Menem, se implementó el Polimodal en gran parte del país. Esta medida reorganizó el sistema educativo en tres niveles: el Nivel inicial, la Educación General Básica (EGB) de 9 años, dividida en tres ciclos, y el Nivel Polimodal de 3 años. Mi casa estaba ubicada a 15 cuadras de la Capital Federal, distrito que no adoptó esta modalidad y que continuó con el sistema anterior a la aparición del Polimodal.
Ninguno de mis padres había cursado educación universitaria. Tampoco mis abuelos, ni mis cuatro tíos, ni sus parejas. Mi mamá había iniciado el profesorado de biología en un terciario, pero no llegó a terminarlo porque el trabajo y un embarazo (el mío) complicaron su cursada. Treinta y tres años después, se graduaría como Licenciada en Administración Pública en la Universidad de San Martín, pero ese hecho está todavía distante en la cronología de esta historia.
Mi madre creció con el deseo de estudiar en la UBA, aunque nunca lo hizo. Desde que tengo memoria, la recuerdo diciéndome “lo que quieras hacer, hacelo en la UBA”. Algo del prestigio de esa universidad (de la cual hoy formo parte, gracias, mamá) había llegado en forma de comentarios hasta nuestra casa de Av. San Martín 4500 en La Tablada, había impregnado a una de sus habitantes, y cruzado una generación hasta que uno de sus inquilinos terminó formando parte de su comunidad.
El portón amarillo de mi casa familiar. La cuadra sin árboles. Límite entre La Tablada y Lomas del Mirador, La Matanza, Provincia de Buenos Aires.
Como decía, durante los años en los que cursé mis estudios primarios, en el Instituto Parroquial Nuestra Señora de Fátima el sistema secundario vigente era el Polimodal. Mi madre, además de fanática de la UBA, era defensora del sistema secundario antiguo y opositora al nuevo modelo menemista. A mis doce años de edad, me sugirió cruzar la frontera que divide La Tablada de la Capital Federal (tan solo es una avenida) para hacer mis estudios de nivel secundario en el sistema educativo clásico. Cuando decidí escuchar y seguir su sugerencia, ya se habían agotado las vacantes en todos los colegios porteños cercanos a nuestro domicilio (no públicos, repito que no estaban en nuestra órbita). Entonces, ella propuso que hiciera el curso de ingreso en el Instituto Industrial Luis A. Huergo, un colegio industrial (y laico) de gran prestigio ubicado en San Telmo, a una hora y quince minutos de La Tablada gracias a la línea de colectivos nº126. Mi madre trabajaba a la vuelta de este colegio, en un edificio del Gobierno de la Ciudad. Accedí a su sugerencia, la tomé, y esta decisión se convirtió en uno de los eventos canónicos de mi vida.
Recorrer mi adolescencia en San Telmo (Montserrat, Barracas, La Boca, Puerto Madero, Constitución y otros barrios del centro porteño) transformó mi personalidad por completo. El estímulo cultural del centro porteño y el impulso de la pubertad y la adolescencia resultaron un combo explosivo para un niño criado en La Tablada que había pasado doce años de su vida en un colegio católico. Entre 2003 y 2007 conocí decenas de barrios de la ciudad. La lejanía de mi casa respecto de la de mis compañeros me obligaba a quedarme varios días de la semana en casas de amigos para poder finalizar trabajos escolares o simplemente tener vida social. Mi perspectiva del mundo cambió. La política, la música, las tradiciones porteñas, un país saliendo de la crisis de 2001, la tragedia de Cromañón y los primeros (e intensos) amores adolescentes marcaron esos años.
En 2005, mientras cursaba el tercer año del secundario, se creó Canal Encuentro, un canal educativo público dependiente del Ministerio de Educación de la Nación, orientado a la difusión de contenidos culturales y educativos de alta calidad para todos los niveles. Dieciséis años después de su creación, yo formaría parte de ese canal (y de sus dos canales hermanos: Pakapaka y DeporTV), y se convertiría en una de las experiencias laborales más hermosas de mi vida.
A la izquierda una foto mía cargando dos peluches de personajes clásicos de Canal Pakapaka. A la derecha una gran amiga con una remera que contiene el primer logo de Canal Encuentro.
En 2006, casi al final de mi formación secundaria, el Polimodal fue eliminado como sistema de estudio en el marco de la nueva Ley de Educación Nacional (N° 26.206). Ley que, entre otras cosas, establece a la educación como un derecho. Posiblemente uno de los leivmotivs de mi vida.
Finalicé el colegio secundario en diciembre de 2007. Ese mismo año se creó el Instituto Nacional de Formación Docente (INFoD), una institución dedicada, entre otras funciones, a coordinar y fortalecer la formación inicial y continua de los docentes. Hasta abril de este año (2024), y por casi tres años, formé parte de su equipo de trabajo. El cambio en el poder ejecutivo nacional, hizo que mi contrato, y el de cientos de compañeros, llegara a su fin. En 2007 no hubiese imaginado lo relevante que sería la creación de ese instituto en mi vida laboral.
En 2008, ingresé a la carrera de Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires. Desde los ocho años asistía a un taller de dibujo en el centro de Lomas del Mirador. Esa formación artística, junto con mi interés adolescente en la comunicación, llevó a que una profesora del colegio Huergo me presentara la carrera de diseño gráfico y sus posibilidades laborales, y así decidí embarcarme en ese camino.
Los largos viajes hacia el colegio Fátima y al Instituto Huergo hicieron que el trayecto de más de una hora desde mi casa hasta Ciudad Universitaria, ubicada en el barrio porteño de Núñez, no me resultara tan pesado. El segundo gran evento canónico de mi vida fue, sin duda, mi ingreso a la FADU. No fue el primer día de clases del CBC, sino, en ese mismo año, cuando comencé a trabajar en el bar del subsuelo de la facultad. Desde el 2008, no ha habido un solo año en mi vida en el que no haya transitado por ese edificio. Recorrí todos sus pisos y, al mismo tiempo, la Universidad Pública me atravesó. Trabajé en el bar del subsuelo, estudié en sus aulas-taller, participé en la política universitaria, formé parte de equipos de investigación, fui ayudante y luego docente. Llegué a dictar clases en tres materias. A los dos meses de recibirme, comencé a trabajar en la Secretaría de Comunicación de la misma facultad, donde estuve más de seis años. También cursé un posgrado.
Esta lista de experiencias queda incompleta si no menciono que fue allí donde encontré a mis mejores amigos, descubrí mi identidad política y la profesión que hasta hoy me acompaña.
Joan-Carles Mèlich afirma que “las creaciones humanas son concreaciones” (en Skliar y Larrosa, 2009), una idea que se refleja profundamente en los talleres creativos de diseño de la FADU. El aprendizaje en formato de taller, con todos sus integrantes dispuestos en círculo alrededor de las grandes mesas, permite que docentes y estudiantes se mezclen en un espacio compartido. En este entorno, los proyectos de cada estudiante crecen y evolucionan gracias a los intercambios, las críticas constructivas y las miradas de sus compañeros. Esta experiencia transformó mi forma de percibir la realidad, e hizo visible en la dinámica universitaria, de manera muy concreta, la fuerza de lo colectivo.
Foto de la camada 2022 de mi grupo de estudiantes en la FADU, donde se aprecia el ambiente de “taller” característico en el que se desarrollan nuestras clases.
En 2014, el mismo año en que me recibí, se promulgó el Plan Nacional de Diseño, una política pública que impulsa el desarrollo del diseño en sectores productivos. Con esta política, el Estado argentino reconoce la importancia de nuestra disciplina para el desarrollo nacional. Durante ese año, en el taller de Diseño, mi proyecto final de carrera consistió en crear un sistema de identidad visual y comunicacional para una campaña de integración de la diversidad de género en la educación, titulada “Nosotros, los otros”. Junto a mis compañeros, desarrollamos diversas piezas gráficas y audiovisuales destinadas a promover, en el ámbito educativo, valores de respeto y diversidad, en sintonía con los derechos que nuestra Nación había consolidado en esos años, como la sanción del matrimonio igualitario en 2010 (Ley 26.618). También trabajamos en destacar la importancia de la implementación de la Educación Sexual Integral (ESI) en las aulas. En ese momento, aunque la ley que incorporaba la ESI había sido promulgada en 2006 (Ley 26.150), su adaptación aún era limitada. Este proyecto educativo, junto con un clima de época marcado por la ampliación de derechos, fueron trascendentales en la construcción de mi propia identidad. Como menciona Joan-Carles Mèlich: “no hay «identidad» con independencia del contexto, de la relación, de la tradición, de la cultura” (en Skliar y Larrosa, 2009).
Durante los seis años que duró mi experiencia como estudiante de la carrera de Diseño, junto a varios amigos (algunos del Huergo, otros de la FADU), formamos un grupo dedicado a realizar jornadas de recreación y apoyo escolar para pibes y pibas. Nos reuníamos todos los sábados en el Parque Avellaneda de la Ciudad de Buenos Aires, de 14 a 18 hs, y hacíamos los talleres en el Centro de Salud N.º 13 ubicado en el centro del mismo parque. Trabajé como administrativo en ese Centro de Salud durante toda mi etapa de estudiante en la FADU. Su director me permitía usar el espacio los fines de semana para brindar aquellos talleres a la población cercana del Centro (esto eventualmente llegó a su fin debido a su carácter “clandestino” para el gobierno de la ciudad).
En 2010, mientras realizabamos las jornadas de recreación y apoyo escolar, se creó el Programa Conectar Igualdad (PCI), una política pública que buscaba reducir la brecha tecnológica en el país mediante la distribución de netbooks a estudiantes y docentes de nivel secundario. A nuestras jornadas de apoyo en el parque asistían muchos chicos de la Villa 1-11-14, que no estaba muy lejos. La mayoría venía con sus netbooks del PCI y aprovechaban el internet del centro de salud para avanzar en sus tareas escolares. Escribo estas líneas con alegría, por todo el trabajo que hicimos en equipo, y con un poco de nostalgia por esos días.
Mi vínculo con los institutos educativos no terminó con la formación universitaria. Como relaté antes, tuve la oportunidad de trabajar como diseñador en la Secretaría de Comunicación de la FADU, como docente en grado, en posgrado, y en un instituto privado. También formé parte del equipo del INFoD y de Canal Encuentro. Además, entre 2016 y 2018 trabajé como diseñador gráfico y web en la Fundación Cimientos, una organización de la sociedad civil que, desde 1997, implementa programas para favorecer la permanencia y el egreso de jóvenes en la escuela secundaria, mejorar la calidad educativa y promover su continuidad educativa y/o inserción laboral en contextos vulnerables. Allí conocí a personas valiosas que dedican gran parte de su vida a mejorar la educación en nuestro país.
Hoy curso esta Maestría en la Universidad de San Martín, otra universidad pública que habito, en un contexto arduo para nosotros, los trabajadores universitarios. Es una época en la que somos atacados discursivamente por el poder ejecutivo nacional y en la que nuestros sueldos, que nunca fueron altos, han descendido a niveles alarmantes.
En este escenario, se hace evidente el carácter de sistema complejo, entendido según Denise Najmanovich como un entramado de relaciones dinámicas e interconectadas, que define mi trayectoria educativa. En los diversos seminarios puedo observar cómo se entrelazan la mirada proyectual adquirida en mi formación como diseñador, mi experiencia en los ámbitos educativos y los medios públicos, y mi interés por la política y los avances tecnológicos. A medida que estas tramas se cruzan y se superponen, emergen nuevos patrones culturales y educativos, configuraciones que, como en el diseño, transforman y redibujan constantemente mi identidad.
Este apartado del portfolio es testimonio de mi cercanía, interés y compromiso con la educación pública en Argentina. Es también un impulso personal, una reafirmación de mi compromiso y mi lucha.
Esta foto junto a mis compañeros y compañeras de la maestría fue tomada el sábado 21/09, cerca de las 19 h, tras casi 8 horas de cursada en dos seminarios consecutivos. Aun así, nuestras sonrisas reflejan que estamos donde queremos (y debemos) estar.
[Parte 3]
Pedagogía, Cultura, Tecnología. Tensión entre lo nuevo y lo “tradicional”
“…el contemporáneo es aquel que percibe la oscuridad de su tiempo como algo que le corresponde y no deja de interpelarlo, algo que, más que otra luz se dirige directa y especialmente a él. Contemporáneo es aquel que recibe en pleno rostro el haz de tinieblas que proviene de su tiempo.”
Agamben, G. (2006-2007): Lo contemporáneo.
En esta tercera parte del portfolio, me propongo abordar la relación entre pedagogía, cultura y tecnología, con especial atención a las tensiones entre lo nuevo, lo emergente y lo tradicional en este contexto pospandémico.
Escribo estas líneas desde mi escritorio, con Spotify sonando, mis apuntes del seminario guardados en un Word en la nube y la bibliografía resaltada digitalmente. Al mismo tiempo, tengo la tablet sobre mis piernas —la que también uso para ilustrar— con la misma bibliografía abierta. En el escritorio están, además, la taza con agua, los lápices y el cuaderno A5 que me acompañó todo el año en la cursada de la maestría. Mi celular está al lado, dado vuelta, para que no me lleguen notificaciones y así evitar distracciones. Esta escena me parece un buen punto de partida para pensar el contexto en el que estamos como comunidad educativa: una mezcla constante entre lo físico y lo digital.
La pandemia de Covid-19 en 2020 aceleró de forma abrupta la plataformización de nuestras actividades cotidianas. Como educadores, tuvimos que adaptar los planes de estudio a la virtualidad. En muchos ámbitos laborales, el home office se integró a la cotidianeidad. Este cambio hacia lo remoto impactó incluso en el urbanismo de nuestras ciudades: los edificios del centro porteño, antes colmados de oficinas, quedaron vacíos. A pesar de estos cambios, no se lograron resolver problemas estructurales como la crisis habitacional, que afecta particularmente a las juventudes.
La plataformización también transformó nuestros consumos culturales. Desde 2020, se multiplicaron los canales de streaming y sus grillas de contenido se hicieron cada vez más extensas. En 2021, durante una clase del taller de tipografía en la carrera de diseño gráfico, les pregunté a mis estudiantes – en el marco de un trabajo práctico sobre revistas digitales -, acerca de los medios a través de los cuales se informaban. De los aproximadamente 36 estudiantes, ninguno leía diarios en papel y más de la mitad mencionó que lo hacía a través de las redes sociales o de programas de streaming, como los de Luzu TV, que en ese momento (y la actualidad también) eran tendencia.
Al mismo tiempo, esta plataformización incrementó nuestra vida en pantallas. Muchas tareas cotidianas, que antes requerían interacción física, ahora pasan por el celular: realizar operaciones bancarias, revisar correos electrónicos, consumir videos, escuchar música, guardar archivos, pedir transporte, cargar la SUBE, pagar servicios o comercios, buscar información e, incluso, encontrar pareja.
Esta hiperconexión, sin embargo, no está exenta de problemas. Dificulta sostener la atención en un momento concreto debido a la adrenalina que genera la sensación de estar “en varios lugares al mismo tiempo”. También surgen cuestiones más graves, como el aumento de las apuestas en línea entre adolescentes y jóvenes, que algunos investigadores ya identifican como prácticas habituales hasta dentro de las aulas.
Ilustración de Francesca Cantore para el ensayo “Algoritmo mata pizarrón” de Revista Anfibia
Riveros Solórzano (2020) identificó la virtualidad del espacio como una de las condiciones clave que marcan las transformaciones de este momento histórico en particular, junto con la aceleración del tiempo y el surgimiento de una racionalidad molecular. En este escenario, los avances en inteligencia artificial y los progresos en datascience complejizan aún más la situación y nos plantean grandes interrogantes sobre los futuros posibles. Por un lado, estas tecnologías prometen soluciones significativas para la humanidad. Un ejemplo de esto es AlphaFold de Google, que logró predecir estructuras proteicas con alta precisión, revolucionar así la investigación biomédica y acelerar el descubrimiento de nuevos fármacos. Por otro lado, estos avances ponen en crisis muchas profesiones actuales, hasta llegar incluso a amenazar su existencia.
Joan Ferrés señaló a principios de los 2000 que la saturación de estímulos característica de la nueva cultura podía generar una “sobredosis de estimulación” y provocar en el receptor una embriaguez sensorial o hipnosis. En su análisis, que se enfoca principalmente en la cultura televisiva de aquella época, advertía que, al no ser suficiente la dosis habitual para satisfacer al espectador, se incrementa la intensidad de los estímulos. Aunque este planteo surgió en otro momento histórico, resulta completamente vigente para la cultura de las multipantallas. Ferrés ya se preguntaba qué ocurriría cuando ni siquiera esa sobredosis lograra satisfacer, y su inquietud parece anticipar la realidad actual.
En este contexto, es fundamental reflexionar sobre la postura que debemos adoptar en las aulas. ¿Qué tiene la pedagogía para ofrecer en el mundo descrito anteriormente? ¿Cuál es el rol de la educación en una realidad marcada, en términos de Bauman, por la modernidad líquida?
La educación, como derecho humano plasmado en nuestra Constitución Nacional, tiene el potencial de generar las transformaciones necesarias para enfrentar las nuevas problemáticas. Según la UNESCO (2022), los planes de estudio deben ir más allá de las categorías tradicionales y fomentar enfoques interdisciplinarios, interculturales y ecológicos que permitan a los estudiantes comprender las interdependencias y desigualdades del mundo actual.
Las infancias, adolescencias y juventudes enfrentarán desafíos inmensos como humanidad. A la complejidad que intensificaron los avances tecnológicos, se suman los grandes movimientos migratorios provocados por conflictos bélicos o las diversas crisis en países con orígenes políticos o climáticos. A esto se añade el difícil acceso a la vivienda, la crisis climática con su impostergable transición energética, las fake news, la creciente concentración de la riqueza en pocas manos y la constante demanda de productividad y estímulos.
En este contexto, resulta imprescindible alcanzar multialfabetizaciones efectivas. Según Muiños de Britos (2018), estas deben permitir a las personas interpretar y utilizar información, desarrollar un pensamiento crítico, tomar decisiones y actuar en la resolución de problemas de manera colectiva, responsable y democrática.
Los estudiantes deben valerse de múltiples lenguajes para expresarse y conectarse. Estos lenguajes no se limitan al verbal, sino que incluyen también lo visual, lo corporal, lo audiovisual y lo multimedial. Esta alfabetización compleja y dinámica, que se conoce como alfabetización integral, se vincula estrechamente con la “experiencia” y con la capacidad de estar abiertos a la propia transformación (Muiños de Britos, 2018).
Larrosa (2003) sostiene que la “experiencia” requiere un “gesto de interrupción”: detenerse y pensar, frenar y mirar, escuchar con atención, reducir la velocidad y, así, poder sentir en mayor profundidad al observar los detalles sin emitir juicio de valor. La experiencia implica cultivar la atención y aprender a escuchar a los demás. En tiempos de vorágine y liquidez, el acto revolucionario radica en la plena atención. Frente al auge de la individualidad promovida por las plataformas, bajo la falsa promesa de la hiperconexión impulsada por los algoritmos, el verdadero acto revolucionario es el encuentro físico y colectivo.
Esta ilustración es de mi autoría. Retrata a mi perra Kali y a mí un domingo a la tarde en el sillón. Mientras la dibujaba, estaba ilustrando este mismo momento.
En las cinco direcciones para el cambio propuestas por la UNESCO (2022), se subraya la “responsabilidad colectiva mundial” en materia de educación. Gestionar la educación como un bien común exige, además, pensar en las reparaciones de las desigualdades históricas creadas y permitidas por la humanidad. Es necesario promover una transferencia de recursos del Norte al Sur, así como una mayor integración regional entre los países que no forman parte del mal denominado “primer mundo”. A esto se suma la urgencia de un compromiso político amplio y trascendental entre las principales fuerzas partidarias de nuestro país en pos de políticas públicas a largo plazo que contemplen estos grandes desafíos que venimos mencionando.
Joan Ferrés (2000) plantea que los cambios en la cultura popular han llevado a que la institución escolar se sienta “confusa y desorientada” al momento de asumir responsabilidades por las respuestas que no logra ofrecer a la sociedad. A pesar de esto, la educación sigue siendo la mejor herramienta para fortalecer la relación entre democracia, diversidad y justicia (UNESCO, 2022), y nuestras instituciones educativas representan el espacio fundamental para llevar a cabo esta acción.
Los avances en dispositivos tecnológicos, la realidad aumentada y las herramientas generativas de inteligencia artificial representan oportunidades que nosotros, los educadores —y especialmente quienes trabajamos en el campo de los lenguajes—, debemos explorar, apropiarnos y evaluar. En un mundo cada vez más artificial y digital, la esencia de la humanidad debe convertirse en una bandera a defender. Es crucial abrir espacios de diálogo y debate que fomenten el pensamiento crítico, rompan con los sesgos de segmentación promovidos por los algoritmos y permitan que los jóvenes escapen de las burbujas informativas en las que suelen quedar atrapados.
Asimismo, es necesario aprovechar las capacidades que las nuevas generaciones traen consigo al aula para potenciar el conocimiento colectivo. Estas incluyen la habilidad para realizar multitareas, la creatividad en los formatos para trabajar distintos temas, adquirida tras largas horas en plataformas como TikTok, y el manejo de herramientas gratuitas para la producción de textos multimediales. Además, resulta clave integrar los avances de nuevas disciplinas, como los aportes de la ciencia de datos, para enriquecer y transformar nuestros espacios de aprendizaje.
Joan-Carles Mélich (en Skliar y Larrosa, 2009) sostiene que toda realidad está precedida por un sueño, y toda narrativa está impregnada de imágenes de un mundo mejor. Estamos abiertos a la posibilidad de cambiar y transformarnos. Este deseo de transformación no solo nos permite afrontar el presente y el pasado, sino que también alimenta la “ilusión” de que este mundo no es definitivo, de que el mal que lo atraviesa puede ser superado.
Como mencioné al inicio de este portfolio, el futuro es una posibilidad abierta. No está predeterminado; se construye a partir de nuestras decisiones y acciones. Los futuros posibles son tan diversos como los caminos que nos atrevamos a imaginar y recorrer.
Bibliografía:
- Ferrés, J. (2000): “Educar en una cultura del espectáculo”. Barcelona, Editorial Paidós.
- Muiños de Britos, S,M. (2018): La alfabetización como puente para la mejora educativa, en el siglo XXI. En: Muiños de Britos, S,M. (coord.): Redes, puentes y vínculos. Entre la universidad y la escuela secundaria. Buenos Aires. UNSAM edita.
- Larrosa, J. (2008): Déjame que te cuente: ensayos sobre narrativa y educación. Buenos Aires, Laertes.
- Riveros Solórzano, H. J. (2020): El reto de educar en tiempos de la digitalización de la vida: Hacia una pedagogía de las relaciones entre cuerpo, texto y tecnología. En Revista Boletín REDIPE 9 (pp 90 a 113), abril 2020.
- Skliar, C. y Larrosa, J. (comp.) (2009): Experiencia y alteridad en educación. Rosario. Homo Sapiens ediciones.
- UNESCO: Transformar juntos la educación para futuros justos y sostenibles. Declaración de la Comisión Internacional sobre los futuros de la Educación, junio de 2022.
[Parte 4]
Pensando la Pedagogía y la Cultura hoy. Reflexiones finales
El sábado 15 de noviembre de 2024 fue nuestro último encuentro presencial del Seminario de Pedagogía y Cultura. Al terminar la clase, fui a la presentación del nuevo libro de Gabriela Borreli, periodista y escritora argentina, que se realizaba a pocas cuadras del edificio Volta, en el barrio de San Telmo. En el evento, además de la autora, participaba Pepe Rosemblat, presentador de streaming y militante peronista, quien actuaba como moderador. La presentación tuvo lugar en la librería y centro cultural “La Liebre”, en el marco de una feria de arte LGBTQ+. El nuevo libro de Borreli, titulado Aquí Argentina, crueldades políticas y otras mariconerías, busca comprender la actualidad argentina a (casi) un año de la asunción del presidente anarcocapitalista Javier Milei. A través de un revisionismo histórico y cultural, la autora pone en primer plano a grupos históricamente excluidos, como el colectivo travesti-trans, quienes vuelven a ser blanco de ataques por gran parte del aparato militante oficialista. Durante su intervención, Pepe afirmó: “La cultura es un refugio, y acá estamos”.
Durante los dos meses que duró el seminario dedicamos gran parte de las clases al debate y la reflexión sobre los conceptos de cultura, pedagogía y educación. También, y no menos importante, al concepto de futuro. Incluso ese mismo día habíamos retomado esas discusiones para intentar comprender estos conceptos desde nuestro espacio y tiempo, y a reconocer que, aunque parezcan inabarcables, lo profundamente esenciales que son en nuestras vidas.
Sandra Carli, en su análisis de la obra de Antonio Berni y su representación de las infancias, nos mostró cómo la cultura y la imagen pueden ser la puerta de entrada para la comprensión de un tiempo histórico (Carli, 2011). Las obras de Berni retratan no sólo la situación económica de los marginados en la Buenos Aires de su época, sino también las características de la infancia, el urbanismo y las prácticas educativas. En definitiva, sus pinturas, símbolos de nuestra cultura, son relatos de nuestra historia compartida como nación.
Juanito Laguna, de Berni, refleja características del entorno que rodea al personaje al capturar con detalle las condiciones sociales y culturales de su contexto.
Como mencionamos anteriormente en este Portfolio, Joan Ferrés (2000) señala que la expansión tecnológica ha intensificado la presencia de imágenes, y en consecuencia, aumentó el dinamismo, la sensorialidad y la emoción en los medios de comunicación. Según el autor, el “fracaso escolar” radica en la incapacidad o torpeza de las instituciones educativas para adaptarse al nuevo orden epistémico de esta época. Sin embargo, considero que el problema es aún más complejo. No solo resulta difícil incorporar los cambios que la actualidad exige —rápidos y efímeros— en una institución tan robusta como la escuela, sino que desde el sur del mundo enfrentamos además demandas sociales que complican aún más ese proceso. ¿Acaso el sueldo docente, la problemática de los puntajes y vacantes para ingresar a las instituciones, o el tiempo de trabajo no remunerado no son factores esenciales en este diagnóstico?
Nuestro país, además de los problemas que comparte con el resto de la humanidad, enfrenta conflictos particulares: la deuda externa gigante, el RIGI que propone reconfigurar la matriz productiva hacia una basada en la explotación de recursos naturales y energéticos, y la alarmante realidad de que más de la mitad de nuestras infancias viven bajo la línea de pobreza, son solo algunos de ellos.
En este contexto estamos nosotros, los educadores, quienes creemos en la fuerza transformadora de la educación.
El slogan de Canal Encuentro en los últimos años fue: “El conocimiento nos transforma, Encuentro nos transforma”. En el seminario definimos al conocimiento como el conjunto de saberes que la humanidad ha construido hasta hoy. Durante la cursada reflexionamos también sobre alfabetización, multialfabetizaciones y alfabetización integral. Construimos un pensamiento común acerca de la importancia de que nuestras infancias y juventudes desarrollen la capacidad de interpretar, analizar críticamente y manipular los nuevos lenguajes que la actualidad, marcada por los avances tecnológicos, nos propone. Este tipo de alfabetización busca romper el sesgo de los algoritmos y fomentar la autonomía frente a las plataformas digitales.
Denise Najmanovich (2019) nos introduce en el paradigma de la complejidad que rige actualmente. Al debatir el texto de la autora, llegamos a la conclusión de que requerimos de miradas distintas para entender el mundo contemporáneo
Retomo la publicación de la UNESCO (2021), Reimaginar juntos nuestros futuros, que sostiene: “Como especie, nos encontramos en un momento de nuestra historia colectiva en el que tenemos más acceso que nunca al conocimiento y a herramientas que nos permiten colaborar. Para la humanidad, la posibilidad de participar en la creación conjunta de mejores futuros nunca ha sido mayor” (UNESCO, 2021, p.6). Los avances tecnológicos, aunque presentan desafíos, también amplifican nuestras posibilidades de acceso al conocimiento y a la colaboración.
Me resulta clave destacar, como se ha mencionado alguna vez en nuestro seminario, la importancia en la construcción de un nuevo “nosotros”. Un “nosotros” que reconozca las desigualdades, promueva la justicia social y valore la educación como el motor de transformación necesario para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo.
Mientras trabajamos por ello, en un mundo donde la crueldad parece premiarse con likes, la cultura será nuestro refugio.
Copié y pegué estos dos últimos párrafos en la inteligencia artificial generativa Midjourney. Este fue el resultado.
Bibliografía:
- Carli, S. (2011). La memoria de la infancia. Estudios sobre historia, cultura y sociedad. Paidós Editorial.
- Ferrés, J. (2000): “Educar en una cultura del espectáculo”. Barcelona, Editorial Paidós.
- Najmanovich, D. (2019) Complejidades del saber. Buenos Aires, NOVEDUC.
- UNESCO: Reimaginar juntos nuestros futuros. Un nuevo contrato social para la educación. Informe de la Comisión Internacional sobre los futuros de la Educación, UNESCO, 2021.